Me parece descabellada la forma en que mi corazón palpita ante el más mínimo atisbo de emoción. Como potro desbocado, cabalga sobre mi pecho pisoteando cada resquicio de tranquilidad. Después de haberlo sedado hasta la saciedad, sin forma alguna de ponerle remedio, actúa el insolente como le viene en gana. Sin lástima, me muestra entre sus manos el fino hilo que separa la vida de la muerte.
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